Cada
vez, con mayor fuerza, las reformas educativas reclaman mayor reconocimiento al
papel fundamental que desempeñan los docentes, aunque tal reconocimiento suele
quedar limitado a los componentes de capacitación, actualización o formación en
servicio. También es cierto que la mayoría de estas reformas se han diseñado
alejadas de los maestros y las maestras, así como de otros sectores
involucrados en la educación. Este relativo consenso también coincide en que si
bien se exigen al docente competencias sociales, afectivas y técnicas para
realizar su trabajo, que sean creativos e innovadores, que investiguen y
sistematicen nuevos conocimientos, en la práctica se presenta la urgencia de un
nuevo tipo de docente capaz de desenvolverse en escenarios cada día más
complejos. En este sentido, la lógica tradicional del rol de los docentes
considera la capacitación como el único o más importante factor del desempeño
profesional. En la actualidad, de hecho, el desempeño docente se mide
exclusivamente por los logros de aprendizaje que adquieren sus estudiantes, aun
cuando algunas investigaciones indican que el factor determinante que puede
hacer la diferencia es el centro educativo en cuanto al modelo de gestión
educativa y pedagógica que se desarrolle.
Cumbres
mundiales, especialistas y foros internacionales de discusión sobre el tema
consideran el desempeño docente desde una visión renovada e integral, como un
proceso de movilización de sus capacidades profesionales, su actitud personal y
responsabilidad social para articular relaciones significativas entre todos los
componentes que impactan la formación de los alumnos, su participación en la
gestión educativa, la presencia de una cultura institucional democrática, así
como la intervención en el diseño, implementación y evaluación de políticas
educativas desde el nivel local y nacional, para promover en los estudiantes
aprendizajes y desarrollo de competencias y habilidades para la vida.
Sobresalen, por consiguiente, tres dimensiones que caracterizan el desempeño
profesional del docente: la dimensión de los aprendizajes de los estudiantes,
la dimensión de la gestión educativa y la dimensión de las políticas
educativas. Un ejemplo reciente de este debate lo constituye el encuentro
convocado por Unesco (5-7 julio), realizado en Santiago de Chile, en el que
pudimos exponer muchas de las ideas que integran este y otros artículos
próximos.
La
dimensión del aprendizaje de los estudiantes continúa teniendo un peso central
en el concierto de este debate latinoamericano; la gestión educativa, en tanto,
abarca los nuevos conceptos de participación, toma de decisiones y liderazgo
compartido; la dimensión de las políticas educativas que se orientan a la
necesidad de que surjan consensos y corresponsabilidades sociales. Estamos
hablando, por consiguiente, de un nuevo docente dispuesto a jugar un nuevo
protagonismo capaz de obtener mejores aprendizajes en sus estudiantes, que esté
comprometido a gestionar, de forma cooperativa, el centro educativo y a
participar en la definición de políticas locales y nacionales que reflejen las
expectativas y necesidades de desarrollo de las comunidades.
Se
constata, así mismo, que los recursos financieros se han depositado con énfasis
en la capacitación y no en la formación inicial de los docentes, aun sabiendo
que ésta tiene un peso determinante en el de-sempeño docente.
Contradictoriamente, es evidente que las instituciones formadoras de docentes
han estado ausentes en la toma de decisiones de la reforma educativa en el país
o se involucran tangencialmente. Esta paradoja se multiplica cuando se
continúan invirtiendo recursos para aplicar los nuevos modelos curriculares en
los centros educativos, pero se continúa formando docentes para los viejos
modelos. En una palabra, mientras la formación docente procura conservar la
tradición, las reformas curriculares y su aplicación por parte de los docentes
se dirigen a promover la innovación. La formación inicial y en servicio en
muchos países y el nuestro no es la excepción; refuerza el rol pasivo de los
docentes y contribuye a que los sistemas educativos sean jerárquicos,
impositivos y cerrados.
Introducirnos
a un diagnóstico de la formación docente requiere, ante todo, comprender los
cambios de la sociedad, del país. Este análisis requiere especial cautela, por
cuanto buena parte de la producción de conocimientos proviene de analistas que
están más atentos a la dinámica de países desarrollados que a las
características y dinámicas específicas del nuestro. El consenso, a este
respecto, parece tener claro que, si bien compartimos procesos de modernización
cada vez más similares entre los países, las diferencias y contextos
específicos de cada país obligan a pensar la formación docente desde las coordenadas
que señalan evidencias específicas de nuestras realidades locales. Quizás la
característica más sustantiva de la profesión docente ha transitado desde un
escenario que insistía en su rol de funcionario, procedente de la idea
fuertemente anclada de un Estado que disponía de un contingente especializado y
calificado para transmitir los saberes culturales, a otro en el que adquiere
especial relevancia la autonomía relativa de los profesionales de la educación.
En este nuevo contexto, su carácter profesional con capacidad de
autodeterminación se contrapone a la imposición de prescripciones provenientes
del nivel central y de las delegaciones departamentales y municipales, así como
a mecanismos de evaluación del desempeño que se comienzan a diseñar en nuestro
país, mientras en la región latinoamericana ya han sido estructurados y se
están ejecutando.
En esta dinámica concurre la capacitación considerada como una suma de actividades asistémicas, que han tenido poco o ningún impacto en las prácticas escolares y en los resultados del aprendizaje de los estudiantes. Hoy sabemos que no deben esperarse cambios significativos en las escuelas, mientras las acciones de formación en servicio no vengan acompañadas de apoyo técnico debidamente conceptualizado, asesoría a pie de aula, procesos de reflexión crítica sobre la práctica, monitoreo, evaluación y retroalimentación; tales cambios, además, han de estar acompañados de la dotación salarial y de medios y condiciones de trabajo pertinentes, capaces de apoyar el mejoramiento de la calidad de vida y de la enseñanza de los docentes. En definitiva, urge resignificar el trabajo docente recuperando su centralidad, a la vez que reconocer un conjunto de factores que determinan el de-sempeño de los maestros y las maestras: su formación inicial, el desarrollo profesional en servicio; las condiciones de trabajo, de salud, el mejoramiento de su autoestima, su compromiso profesional, el clima psicosocial institucional, la valoración social, su capital cultural, el salario, los estímulos, los incentivos, la carrera profesional y la evaluación al desempeño.
Es preciso que el país y su gobierno lleguen a entender la profesión docente como el campo en el cual se articulan debidamente, al menos, tres componentes: la carrera docente, la evaluación docente y el desarrollo profesional. En tanto logremos conceptualizar y tratar adecuadamente cada uno de éstos, lograremos una mejor comprensión acerca de las implicaciones para el profesionalismo y la profesionalidad de los docentes, y los cambios educativos se harán más efectivos y sostenibles.
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